Opinión AMAP. TRABAJAR PARA EL TRABAJO
El Dr. Luis Japas, secretario Adjunto de la AMAP, realiza un relato en primera persona sobre la dimensión del trabajo para la humanidad. Y dedica un espacio importante a la lucha por los derechos laborales, en especial de los médicos; también reflexiona sobre el rol sindical de la AMAP
La conmemoración del 1 de mayo no es, en todo caso, una fiesta, sino todo lo contrario: comenzó siendo una jornada de lucha, que en ocasiones se tiñó de sangre a la hora de recordar la tragedia que le dio origen en Chicago, en 1886
Por el Dr. Luis Japas, secretario Adjunto de la AMAP
Recuerdo de infancia
Hace medio siglo mi padre me llevaba a recorrer por primera vez algunos lugares de la ciudad de Buenos Aires. Las imágenes capturadas a esa edad me quedaron grabadas para siempre y regresan vívidas como recuerdos asombrosos envueltos en la propia nube de inocencia de la mirada de niño. De todas ellas -lo confieso ahora- hubo una que me impactó más que ninguna otra: “la estatua de los trabajadores”, como la llamaba yo. Ubicada frente a la Facultad de Ingeniería, me generó a los 10 años de edad algo que, sin imaginarlo, permanecería presente en mí para siempre.
La obra
El extraordinario monumento Canto al Trabajo obra del escultor argentino Roberto Yrurtia (1879- 1950), es uno de los bronces más sobresalientes de la escultura argentina. Al principio se lo conoció con el nombre de El triunfo del trabajo porque la escultura fue concebida en dos partes o composiciones enlazadas: El Esfuerzo Común y El Triunfo.
Ese monumento muestra dos grupos de figuras conectadas entre sí. En el primer grupo unos hombres arrastran -tirando de una soga- una enorme y pesada piedra, con sus manos a máxima tensión. El segundo grupo tiene más figuras, transmite una gran fuerza, y en su parte delantera ostenta cinco formas humanas que constituyen una familia: un hombre expectante que se yergue con los brazos en alto, una mujer que está alerta del horizonte -como vislumbrando el futuro- y tres niños que avanzan sin miedo estirando sus brazos y mirando a lo lejos, protegidos por los dos adultos.
El contexto, un poco de historia
La obra Canto al Trabajo fue encargada por la Municipalidad de Buenos Aires en 1907 e inaugurada al público en 1927. Fue colocada originalmente en la plaza Dorrego de San Telmo y diez años después, trasladada a su emplazamiento actual en la plazoleta ubicada frente a la Facultad de Ingeniería de la UBA sobre la avenida Paseo Colón. En los años que fue concebida la obra, muy pocos eran los derechos de la clase trabajadora. Recordemos que el Dr. Eduardo Pittaluga, médico y concejal, fue un pionero en nuestro país que presentó en 1896 un proyecto de ley en la Legislatura porteña para reducir a 8 horas la jornada laboral de los trabajadores municipales. Las fuertes presiones en contrario de los intereses económicos impidieron que se la votara favorablemente. El diario más importante de esa época, representativo de esos poderes, expresaba su firme oposición a dicho proyecto; sostenía que la norma “limitaba la libertad” de los trabajadores a laborar más horas, y con ello su posibilidad de obtener mayores ingresos; una forma perversa de justificar la esclavitud.
La primera normativa laboral que se registra en nuestro país es la Ley 4661, que fue sancionada en 1905, a partir de la cual se estableció el descanso dominical. En 1907 se sancionó la Ley 5291, regulatoria del trabajo de mujeres y niños, que estableció la prohibición de la contratación de menores de 10 años.
Recién en el año 1929, es decir treinta y tres años después del proyecto presentado por Pittaluga, y a dos de instalado el monumento de Yrurtia en la plaza Dorrego, se sancionó la Ley 11544, que reguló la duración de la jornada laboral -vigente hasta hoy en día- y estableció que no puede superar las ocho horas diarias o las 48 horas semanales.
Un año después, durante su segundo mandato, el presidente Hipólito Yrigoyen dictó un decreto mediante el cual instituyó el 1 de mayo como día festivo en todo el país.
La interpretación
Si bien para algunos, la maravillosa obra del escultor Roberto Yrurtia expresa el esfuerzo del trabajo y su sentido liberador, con cinco siluetas que marchan adelante y representan a la familia: padre, que avanza en actitud serena y de espera; madre, que mira a lo lejos como si escudriñara el futuro de sus hijos; y tres niños como símbolo de esperanza, que representan “el canto al trabajo”. Para otros, en el contexto histórico y social en el que fue concebida y realizada, la misma obra podría expresar el sacrificio sobrehumano de unos pocos, en relación al tamaño de la piedra (el esfuerzo común), en beneficio de quienes marchan adelante, sin esfuerzo, y vislumbran un futuro venturoso (el triunfo…).
Ha pasado más de un siglo, y aún con leyes laborales vigentes, fruto de largas y durísimas luchas de la clase trabajadora que hoy recordamos y honramos, el poder económico -codicioso y egoísta- sigue encontrando las formas de maximizar sus ganancias mientras implementa prácticas contrapuestas a los derechos universales de los trabajadores (malas condiciones, bajos salarios, y trabajo precarizado) en su exclusivo beneficio.
El trabajo sindical para el trabajo digno, primero las personas
El trabajo formal y digno en sus más diversas expresiones, a diferencia de la esclavitud, está protegido por el Derecho laboral a través de sus leyes protectoras de la persona humana. Dos son sus objetivos: el beneficio individual (generar recursos de supervivencia y calidad de vida) y el beneficio social o comunitario; y ambos contribuyen armónicamente a dignificar a quienes lo llevan a cabo.
Sin embargo aún hoy, y la actual pandemia lo ha puesto en evidencia más que nunca frente a toda la sociedad, el derecho que la ley establece a un trabajo digno del médico se muestra muy lejos de la realidad. Una realidad cruel e insensible por las condiciones indignas de contratación, las bajas remuneraciones, el trabajo esclavo de los residentes y la precarización laboral de una gran mayoría de los profesionales (falta de recursos, hacinamiento, contratos precarios, etcétera).
“Más vale prevenir que curar”, reza una remanida frase que se utiliza coloquialmente en medicina. En gremialismo tiene el mismo significado. Prevenir accidentes, discapacidades y enfermedades profesionales para brindarle al médico la protección que da el trabajo registrado frente a algunos hechos inesperados, y también asegurarle al colega una jubilación digna.
Que existan leyes, queda claro, no es garantía de su cumplimiento efectivo.
La AMAP al frente de la lucha
A fines de la década de 1990, un preclaro grupo de colegas rompió con una concepción atávica y desactualizada de la medicina como profesión liberal, y se cargó la pesada piedra sobre sus hombros y conformó, con espíritu altruista, un sindicato médico con personería gremial. Pero que se haya conformado un sindicato que represente al universo de médicos que se desempeñan en la actividad privada, tampoco asegura que sus justos reclamos sean escuchados por los empleadores y, mucho menos, que se logre una rápida solución.
Para ello hace y hará falta, como la historia nos lo recuerda cada 1 de mayo, seguir luchando, seguir trabajando, para conseguir que la Medicina pueda ejercerse como un trabajo profesional digno, en condiciones laborales y salarios para beneficio de todos los médicos, de los pacientes y de la sociedad argentina en su conjunto. Y no tan solo para beneficio de un pequeño y poderoso sector económico.