Las consecuencias imperdonables de internet sobre la medicina

Por el Dr. Héctor Garin, secretario General de la AMAP. El uso de las nuevas formas de comunicación ha devenido en una medicina deshumanizada en el contexto de una «sociedad de la distracción»

Hace unos días me topé con una nota de opinión que me llamó la atención ya desde su título, “La sociedad de la distracción”. En una breve introducción, su autor Silvio Waisbord, señalaba: “Unas de las consecuencias más funestas de la visión dominante de internet fue la transformación de la economía de la atención”. Y ese párrafo me invitó a la lectura.
Inevitablemente, mi pensamiento asoció está frase a las nuevas modalidades de atención médica, basadas en las nuevas tecnologías de comunicación, todas posibles desde el surgimiento de internet.
Sin duda, las bondades de internet son muchas y bien conocidas, pero hace falta profundizar el debate sobre las consecuencias negativas de las múltiples instancias de comunicación que se han generado. Hoy, la vida muchas veces se resume en una pantalla. Y la medicina parece no poder escapar a esta lógica, por momentos, muy ilógica. “Internet revolucionó la forma que prestamos atención al mundo alrededor. El homo sapiens contemporáneo está perfectamente ilustrado por esas caras con expresión fija, adherida a teléfonos móviles, como si estuvieran a merced de encantadores de serpientes o ilusionistas”, analiza Waisbord en su artículo. Y sin duda, todos nos identificamos o identificamos a otros en esta descripción.

La medicina a vuelo de pájaro
Las empresas de salud han entendido bien este fenómeno, y apelando a las supuestas virtudes de internet, y sabiendo de esta fascinación por las pantallas, ofrecen planes de teleconsulta, a distancia, que por un lado, precarizan el trabajo médico y, por otro, redefinen la relación médico-paciente y la vuelven más deshumanizada.
“El gran negocio es construir plataformas que tengan la capacidad de atraer atención frecuentemente, aun cuando sea espasmódica y distraída”, dirá en otro párrafo de su texto Waisbord. Y no se equivoca, la sociedad de hoy se caracteriza por la escasez de tiempo, la multitarea y las nuevas formas de comunicarse, muchas veces (más de las que creemos) mediatizados e idiotizados por una pantalla. Y es ahí donde los empresarios de la salud logran imponer con cierto éxito la teleconsulta. Los argumentos son los de esta época: “no pierdas tiempo”, “sin moverte de tu casa”, “a toda hora”, etc. Inmediatez y rapidez, pero en ese contexto el acto médico se despersonaliza.
El interés rápidamente decae en la sociedad de la distracción, y es así como pasamos de una cosa a otra, de un tema a otro. Sin retener demasiadas cuestiones, así como a vuelo de pájaro. Y aunque como médico de muchos años de experiencia, me duela decirlo, la medicina a distancia, la telemedicina, la teleconsulta, implican una medicina a vuelo de pájaro, o como preferimos decirle en la AMAP una medicina banalizada.

Internet no te perdonamos
La humanidad va en este sentido: falta de atención, o mejor dicho períodos muy breves de atención. El mundo digital nos depersonaliza y nos deshumaniza, y eso en medicina es un riesgo enorme. Como dice Waisbord el problema es que la vida requiere atención y dedicación focalizada, y en nuestra profesión esta brillante aseveración cobra una fuerza muy potente: no hay buena medicina sin el contacto físico con el paciente, sin la mirada, sin la clínica, sin la palabra directa.
Hoy la popular frase “visita de médico” que alude a una visita breve, adquiere un nuevo significado. En el mundo de internet, las visitas no se miden por tiempo dedicado sino por número de “clics” sobre una publicación. Y perfectamente podemos traspolar esto a la lógica empresarial: no importa la calidad de la prestación sino la cantidad de pacientes que se puedan asistir, pero siempre con una pantalla de por medio. Porque detrás de esta modalidad de asistencia, se esconde un afán desmedido de lucro.
Los médicos youtubers o instagrameros son un fenómeno creciente. Colegas que dan consejos, usan hashtags, se filman, se muestran afables a sus miles de seguidores, sortean productos medicinales, etc. No hacen medicina, hacen marketing médico. Se venden a sí mismos como médicos “piolas”, aunque todo esto banalice la profesión. Que quede claro la medicina no se ejerce desde una red social. Es imposible hacerlo.
En esta sociedad de la distracción donde poco se retiene, de la banalización y deshumanización de la medicina, de la cultura light, de los seguidores y de las viralizaciones, me vuelve recurrentemente una frase de Sancho Panza que sabiamente decía: “El que poco entiende, poco aprende”, hablando de los cabreros incultos que escuchaban al Quijote. Me atrevo a hacer una adaptación, y espero que Cervantes me lo permita, “el que poco atiende, poco entiende y poco aprende”. Si así es, la sociedad está en problemas. Si así es la educación, los problemas son mayores aún. Y si nos concentramos en la medicina, los problemas parecen agudizarse porque una medicina que no puede fijar su atención, que no puede alejarse de las pantallas, es una medicina empobrecida, falta de humanidad; una medicina que pone cada vez a mayor distancia al médico de sus pacientes. Y eso es imperdonable.

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