OPINIÓN. Las implicancias legales de la medicina digital
Asistimos a un nuevo fenómeno que implica una revolución con sus riesgos y beneficios. Pero que, además, genera incertidumbre en cuanto a la precarización laboral del médico
Por el Dr. Ignacio Maglio
Abogado, jefe del departamento de Riesgo Médico Legal del Hospital Muñiz
La digitalidad en el campo de la medicina y, en particular, en el campo de la atención médica es un fenómeno nuevo. Encuestas recientes indican que entre el 80% y el 85% de los médicos reciben consultas de sus pacientes a través de dispositivos digitales y que estos a su vez las responden por estos mismos medios, ya sea por mensaje de texto o de Whatsapp o por correo electrónico. De manera tal que asistimos a un fenómeno que implica no solo una revolución tecnológica, sino también una revolución cultural con sus riesgos y beneficios que, además, generan cierta incertidumbre sobre la precarización laboral de los médicos a partir de la utilización de estos sistemas de consultas, que en algunos casos puede ir en contra de la dignidad profesional.
El acto médico digital es acto médico
La palabra clínica deviene del verbo latino inclinare, es decir, se refiere a aquel que se inclinaba para escuchar, auscultar, tocar y hablar. Estas reglas básicas de la clínica médica son las que, justamente, se están quebrando por la presencia de los monitores. Hoy en día, la medicina digital nos permite auscultar a través de pantallas, predecir un infarto agudo de miocardio mediante sistemas de inteligencia artificial o medir la frecuencia cardíaca por medio de un reloj pulsera.
Es inminente el surgimiento de las terapias digitales, incluso para el tratamiento de enfermedades crónicas, como sucede en la Cleveland Clinic. De hecho, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) aprobó el desarrollo de terapias digitales.
En la actualidad, existen más de 300.000 aplicaciones disponibles vinculadas a la atención médica virtual. Sumado a esto, algunas empresas de seguros norteamericanas poseen un código para el cobro de lo que llaman entrevistas o asistencia no face to face (relaciones virtuales); este sistema permite auditarlas. En cambio, en nuestro país el cobro de este tipo de consultas es uno de los dilemas que se plantean porque aún hay que ver de qué manera pueden ser trazables y auditables.
Cuando se les pregunta a los médicos quienes recibieron consultas por mensaje de texto, todos levantan la mano; lo que los convierte en médicos digitales. Ahora cuando se pregunta quienes cobraron esa consulta, ninguno responde afirmativamente. Se tiende a una descalificación del acto digital como si no fuese un acto médico pero sí lo es. Y también, tiene consecuencias jurídicas y éticas.
Hacia la tecnosabiduría
Los medios muestran a todo este entramado de inteligencia artificial y medicina digital como una gran panacea. Es así como el desdoblamiento de la medicina asistencial presencial toma cada vez más forma. Inclusive en los servicios de asistencia al viajero se promocionan sistemas de medicina virtual; esto también tiene que ver con la cultura de la inmediatez, que exige que todo tenga que ser “ya”. Entonces, si podemos tener al médico más rápido y en una pantalla, todas nuestras expectativas y angustias se resolverían.
En 1978 Alma Ata profetizaba que iba a haber salud para todos en 2000, lo que también terminó, desgraciadamente, siendo una quimera. Decía: “Hay una sola medicina, la que cura y hay muchas maneras de curar”. La medicina digital e inclusive la inteligencia artificial pueden ser herramientas poderosas para que los médicos puedan curar mejor; pero como toda herramienta depende del uso que le demos, que puede ser bueno o malo, que puede ayudar o no a aliviar el sufrimiento y la enfermedad. Creo que es aquí donde debemos encontrar un punto medio, ni tecnolatria ni tecnofobia sino tecnosabiduría; es decir, utilizar lo mejor de la tecnología. Es necesario tener un esquema que nos permita estar atentos a los riesgos y considerar los beneficios. No ser esclavos sino amos de la tecnología.
Actualización permanente, una exigencia imposible de cumplir
Existe una vieja tradición de los jueces que al momento de juzgar a un médico le dicen que pesa sobre ellos un deber de actualización permanente, que todavía se les sigue reclamando. Pero cómo podemos exigirle a un medico ese deber cuando en dos años, en 2020, la información médica se va a duplicar cada 73 días y cada uno de nosotros va a generar 1.000.000 de gigabytes de datos de salud. A modo de ejemplo, solo en 2016 se registraron 1.200.000 publicaciones científicas y medicas, lo que se conoce como Teoría del Big Data; el tiempo promedio de consulta va de 48 segundos a dos o tres minutos, es decir, la velocidad del giro de datos de salud hace imposible que cualquier profesional pueda estar siempre actualizado.
Ante este volumen de información, los procedimientos de inteligencia artificial, como Watson, van a ser muy positivos y muy favorables para los profesionales porque les va a permitir obtener en pocos minutos toda la información disponible en el mundo sobre una determinada patología. Aún así sería imposible exigirle a un médico esa constante actualización con la cantidad de big data que existe hoy en el mundo y en nuestro país.
Riesgos y ventajas de la comunicación digital
Uno de los riesgos de la comunicación digital más omnipresente es la tendencia a la deshumanización, que puede producirse debido a la limitación del encuentro personal y del proceso de escucha activa y comunicación efectiva, todos valores tradicionales de la Clínica Médica. Además, puede favorecer al empobrecimiento de la comunicación y el lenguaje, la exaltación de datos y la minimización de la clínica. Otra de las consideraciones claves es la perdida de confidencialidad ante estos dispositivos digitales y la afectación de la intimidad de los pacientes.
La precarización laboral de los médicos es otro de los factores de riesgo que pueden generarse debido a que las empresas de salud utilizan la telemedicina para reducir gastos y multiplicar sus ingresos económicos.
En cuanto a las ventajas de la comunicación digital, los dispositivos disponibles (smartphone, tableta, PC) permiten que la comunicación sea rápida, efectiva y económica. Además, mejora la comprensión de las indicaciones y los tratamientos, y permite realizar un mejor seguimiento a través de un sistema de alertas frente a cualquier contrariedad que pueda sufrir el paciente. Por otra parte, genera mejoras administrativas, como la solicitud de turnos o la lectura de resultados de estudios, y favorece las consultas e interconsultas entre jurisdicciones alejadas.
Acoso digital a los médicos
Actualmente, la gran mayoría de los médicos reciben consultas de sus pacientes a través de dispositivos digitales; esto que poco a poco adquiere mayor normalidad puede, en algunos casos, transformarse en una situación de persecución y acoso constante para el profesional.
Al acoso digital que sufren los médicos lo llamo acoso whatsappico, y esto a su vez, genera en los pacientes lo que denomino como el síndrome de “me clavo el visto” (ocurre cuando el médico leyó el mensaje y no lo respondió) que genera desesperación y reiteración indefinida de mensajes.
Así como el médico tiene un horario en un consultorio particular, es necesario que establezca a través de un acuerdo previo con los pacientes que día y en que horario responderá las consultas virtuales que reciba por medio de los dispositivos digitales. De este modo, podrá evitar el síndrome de «me clavo el visto» y el acoso whatsappico. Las especialidades médicas más expuestas a este tipo de acosos son Pediatría y Obstetricia.
Medicina digital vs medicina hipocrática
La medicina digital no está reñida con el juramento hipocrático. Creo que hay que hacer interpretación ágil, vivaz y prudente para poder bajarlo a la práctica. Justamente, el gran desafío es trabajar en ese aspecto.
Hay una ausencia de un plan regulatorio. Existió un proyecto de ley en la Cámara de Diputados, que trataba de regular estos aspectos generales de la telemedicina y de la medicina digital en particular. Frente a este vacío legislativo, debemos recurrir a las leyes vigentes para generar a partir de ellas buenas prácticas ético-legales; en tal sentido, son claves la Ley de Derecho de los Pacientes, la de Datos Personales y la del Ejercicio de la Medicina, como así también al Código Civil. Con todo este cumulo de normas se deben establecer estándares mínimos que garanticen, por un lado, la seguridad del paciente y, por el otro, la integridad y la responsabilidad profesional.