Por qué los médicos sufren del síndrome de burnout
Los médicos argentinos están entre los más afectados por el burnout; sin embargo, no está contemplado entre las enfermedades profesionales. La prevención es la clave para evitar su desarrollo. Por el Dr. Luis Japas, secretario Adjunto de la AMAP
Para quienes trabajamos en el ámbito de la salud, tanto público como privado, no nos sorprende que la República Argentina muestre los índices más altos de la patología del burnout, pero si nos parece importante que la población tome nota de lo serio que es el problema. El valor más trascendente de algunos estudios es el de poner en cifras la gravedad de la situación; sin embargo, no se ha indagado lo suficiente sobre cuáles son los causales que hacen que en nuestro país la tasa de casos sea tan alta.
Desde la AMAP siempre hemos puesto énfasis en los factores que llevan a que los médicos, sin distinción de edad, cargo o puesto, estén cada vez mas sometidos a condiciones laborales que no son las apropiadas para desarrollar una tarea tan importante como es la medicina y que elevan los índices de sobrecarga laboral, estrés, depresión y del síndrome de burnout.
En la práctica son las pequeñas cosas que diariamente, y hora tras hora, en el trabajo, en las guardias, en las salas de internación, o donde fuera, generan displacer, sensación de desvalorización, de falta de consideración de su condición humana, profesional y laboral por parte de los empleadores.
Frente a estas circunstancias, el Estado tiene una función de veedor y controlador, que debe ejercer. A partir de la firma de convenios colectivos de trabajo donde se establecen -de mutuo y común acuerdo- con las cámaras o las empresas las condiciones laborales, el Estado debería velar por el cumplimiento de las pautas establecidas por ambas partes.
El burnout no está contemplado en la lista de enfermedades profesionales definidas por el Sistema de Riesgos del Trabajo; es una asignatura pendiente que correspondería ser reconsiderada, dada la seriedad del tema; sin duda es necesario establecer cambios en la legislación para que el burnout o la sobrecarga laboral estén incluidas como enfermedades del trabajo.
En el caso de los médicos jóvenes podemos vincular este síndrome con las residencias, y ahí nos encontramos con dos factores importantes: uno, que no tiene que ver con lo gremial, que es la falencia de docentes. Hace años cuando se concluía una residencia muchos médicos permanecían en el hospital o la clínica ad honórem para dar clases y contribuir a la formación de las nuevas camadas de médicos recién recibidos. Esta era una forma de devolver al sistema todo lo que el sistema les había brindado. Pero hoy las necesidades económicas hacen que la mayoría no pueda dedicar tiempo a esa noble tarea, y se vean obligados a trabajar más horas en los consultorios o cubrir guardias para asegurarse un nivel mínimo de ingresos. Es así que los hospitales y los sanatorios se han ido despoblando de profesionales con experiencia en quienes la gente joven se apoyaba. Hoy los médicos jóvenes asumen tareas que antes estaban reservadas a colegas con mayor responsabilidad.
Por otro lado, ha habido una proliferación de clínicas y sanatorios que han montado residencias, no con el ánimo de formar nuevos médicos para el futuro sino con un fin espurio, que es contar con mano de obra barata, y no solo eso sino que sobrecargan de tareas a estos profesionales que deben cumplir con funciones que no les corresponden, en horarios indebidos, y con un exceso de guardias semanales. Obviamente, en estas circunstancias el médico se encuentra sobreexigido, y con un cansancio que no es únicamente físico sino también emocional, y en algunas ocasiones ese agotamiento lo lleva a pensar si hizo lo correcto al elegir esta profesión.
En la AMAP estamos preocupados y nos ocupamos también de la formación de los médicos en las residencias y de la explotación que sufren los médicos jóvenes en nuestro país, especialmente en las provincias del interior. Pensamos que el futuro inmediato está en trabajar para ordenar el tema de la formación y de las residencias, para evitar la sobreexplotación laboral.
Otro punto sustancial tiene que ver con las agresiones de las que son víctimas los profesionales. En este aspecto hago énfasis en la necesidad que tenemos los médicos, por la actividad que hacemos, de establecer un vínculo con la persona que nos consulta. Pero la construcción de esa relación requiere de un tiempo que muchas veces no tenemos debido a la gran demanda de atención y a la escasa cantidad de personal en las guardias, en los servicios de terapia intensiva y de unidad coronaria. La falta de este tiempo valioso (y terapéutico) para poder llegar hasta la persona o a sus familiares impide que puedan comprender que muchas veces la evolución desfavorable de una patología no es culpa del médico. Creo que el buen trato humano que necesariamente tiene que establecer el médico -y que muchas veces no logra- cumple un rol fundamental en la prevención de los juicios por presunta mala praxis.
A veces también sucede que el médico debe asumir una tarea que no le compete. Por ejemplo, cuando un médico de guardia sabe que no hay más disponibilidad de camas de internación y el sistema le sigue enviando ambulancias con pacientes para internar, es él quien debe hacerse cargo de la ardua tarea de explicarles a los familiares que no puede dar curso a la internación.
Ante este tipo de situaciones, si bien el médico debe enfrentar del problema coyuntural, no debe olvidar que puede y debe recurrir a los representantes gremiales, en las filiales donde las hay, o directamente a la AMAP central.Como gremio podemos obligar a las autoridades a concurrir al Ministerio de Trabajo, analizar la problemática y negociar una solución.
Es indispensable que los médicos sepan que una de las primeras manifestaciones del burnout es no desear ir a trabajar. El profesional puede estar cansado físicamente aun así va a trabajar porque es lo que le gusta y es para lo que se formó. Pero cuando no tiene voluntad, siente una gran desilusión consigo mismo y piensa para qué estudió, y para qué hizo tantos sacrificios si finalmente se siente tan decepcionado y vencido.
Llega un punto en que no logra reconocer los factores que desencadenaron ese estado, cree que el problema es él y alcanza un nivel de desvalorización tal que no se siente una persona digna. Seguramente también haya tenido alguna manifestación psicosomática como cefaleas, hipertensión, entre otras, que acompañan esa sensación.
Hay dos personajes fundamentales implicados en el síndrome del burnout: uno es el médico porque tiene que ver con su propia vida, y el otro es el paciente que tiene adelante un profesional con una enorme sobrecarga laboral y del que depende su salud.
Cuando se presenta un cuadro tan claro, lo primero es alejar al profesional del lugar de trabajo por su propia seguridad y la de terceros, y después comenzar un tratamiento psicológico. No debemos separar el contexto laboral en el que el médico desempeña su tarea de su situación, en definitiva no es un problema que adquirió por razones ajenas a la dinámica de su trabajo sino todo lo contrario. En este caso, lamentablemente, aunque no debería ser así, lo que enferma al médico es el trabajo.
Como siempre, la mejor estrategia debe ser la prevención, para tratar de evitar el desarrollo de la enfermedad. Para ello estamos trabajando fuertemente en la AMAP, para cambiar las malas condiciones de trabajo, agotadoras y desmotivantes.